domingo, 25 de agosto de 2013

Quien se va sin ser echado, vuelve sin ser llamado

Cuando un entorno nuevo se apodera de nosotros porque sentimos miedo o aburrimiento para ofrecernos placer y satisfacción temporales hemos de ser conscientes de su funcionamiento.

Las burbujas de colores aparecen ante un cambio nuevo en nuestra vida. Abren sus puertas ante ti, esperando pacientemente a que te subas a alguna de ellas, a la que te parezca más bonita y te elevan allá donde los hermosos pájaros te distraen formando nuevas siluetas y figuras de las que te quedas prendado

Un temprano buen día, el oxígeno dentro del "globo" empieza a acabarse. Poco a poco, comienzas a ahogarte, a sentir hambre y sed. Cuando termina por pincharse, caes con un duro golpe de vuelta a tierra firme, donde ya no queda ni rastro de aquellos a quienes echabas de más antes de partir volando en tan breve viaje. La caida te hace daño, es entonces cuando gritas pidiendo ayuda a quienes te aburrían, pero están lejos ya y te cuesta muchísimo convencerles de que ha llegado el que eras antes y siempre, para que todo vuelva a su cauce.

Por otro lado, todos los que en su día fuimos heridos, todos los que derramamos alguna lágrima por los que volaron sin darse cuenta, entendimos con el tiempo que el agua que brotaba de nuestros ojos no era tristeza por perderles, sino pena por ellos, rabia de que el subconsciente sea a veces tan tonto, de que las luces cieguen, de que no vean la belleza de lo vivido y de lo que está por venir, la montaña rusa de lo duradero, la aventura de trabajar diariamente por mantener viva la llama, por ilusionarse, por achispar la magia, luchar por el progreso y por ver los frutos del esfuerzo, porque realmente queríamos a esa persona y porque sabíamos a ciencia cierta, puesto que así funcionan todas las cabecitas, que antes o después íbamos a verles sufrir y nosotros ya no tendríamos ninguna lágrima que derramar por ellos.